Por Jorge Manrique, Rector del Colegio Jurista y director general de Gobierno de Calidad, consultoría de políticas públicas
En las universidades tenemos un viejo sueño: egresados que se conviertan en líderes. Es la asignatura pendiente.
Tras varios años de investigación hoy tenemos seis rasgos asociados con un liderazgo fuerte para las organizaciones. Incluyen optimismo, servicio, aprendizaje continuo, resiliencia, ligereza y administración.
El optimismo es la proclividad para encontrar oportunidades en cualquier situación, aún en las irrupciones. Es considerar que el fracaso no es una alternativa y campear con los imprevistos en tiempo real.
El servicio es lo que algunos llaman el “liderazgo desinteresado”. La capacidad de buscar como ayudar y permitir a los otros crecer y expandir sus capacidades y destrezas. Convertirse en un apoyo permanente, no atraer los “reflectores” para sí, sino convertirse en un factor decisivo para impulsar el brillo de los otros.
El aprendizaje continuo, por su parte, es particularmente importante. Los equipos de gestión y el núcleo de liderazgo en general deben estar actualizados y asimilar todas las cosas nuevas que suceden en el mundo. Se trata de la vacuna más certera contra la obsolescencia.
La resiliencia, por su parte, es la convicción de que cada experiencia nos permite incrementar nuestras fortalezas y destrezas, que en cada problema emergen nuevas habilidades y la capacidad de desarrollar nuevas habilidades. Es autodescubrimiento u oportunidad.
La ligereza, por su parte, es el propio empoderamiento y la capacidad de decidir y actuar por el bien común. Es dejar atrás trabas burocráticas y sesgos de organigrama. También es campear entre los distintos silos empresariales y superar nuestros propios sesgos para conformar equipos multidisciplinarios y divergentes.
De manera paralela, la administración representa la oportunidad de contribuir profesionalmente con la familia, comunidad, con lo que haces por el país y el planeta. Es el análisis persistente de cómo mejorar a los distintos grupos sociales donde interactuamos más allá de la actividad profesional en la que nos desenvolvemos.
Cada vez son más las organizaciones líderes que ofrecen a sus empleados puestos exigentes y tareas difíciles. Vemos entonces que los empleados se saltan a un nivel mayor y le dan la oportunidad de un puesto vacante a alguien que podría hacerlo.
A menudo pensamos que sabemos quiénes son los de alto rendimiento antes de comenzar a construir sistemas para el desarrollo de las personas, el aprendizaje continuo y similares. Pero una de las cosas interesantes de las culturas de liderazgo es que a veces surgen personas que no pensabas que eran tus de alto potencial.
Esos empleados tienen éxito dentro del sistema que estableces y se convierten en las personas de alto potencial de la próxima generación. Ese es otro beneficio que las organizaciones pueden cosechar de este enfoque de liderazgo aprendido, apuntalado en las aulas universitarias y totalmente vivencial dentro de las organizaciones. Es el liderazgo disruptivo de nuestra era.